MOISES Y ABRAHAM
Abraham
es considerado y reconocido como el padre del judaísmo Los cristianos y
los musulmanes lo consideran el padre de los creyentes, aunque algunos autores
dudan de si en la tradición más antigua de este personaje se le atribuía una creencia
monoteísta, dada la abundancia de nombres, algunos compuestos, que acompañan al
de Yahvé que se presenta a Abraham con representaciones Mesopotámicas de
carácter divino, con el que comparte diferentes compromisos y actos de fe como
cuando obliga Abraham a matar a su hijo Isaac y Abraham se
demuestra obediente, dispuesto a creer, aún con el sufrimiento que le
produce la pérdida de su hijo, es un dios que pone a prueba al
hombre constantemente, al hebreo, un ser humano expuesto a
la fe, donde el judaísmo, el contacto con los dioses, se entiende
como una transición mucho más transcendental, es un medio para conocer al Dios
hebreo donde Abraham es el origen, el sacrificio..
Abraham
no es monoteísta, se compromete al Dios más poderoso de todos los dioses
conocidos hasta entonces, era un henoteísta, una alianza que se ha de renovar
continuamente. Los antiguos israelitas, ya antes del Cisma que acabó con la
unidad de la nación, eran henoteístas que es la creencia religiosa según la
cual se reconoce la existencia de varios dioses, pero sólo uno de ellos es
suficientemente digno de adoración por parte del fiel. Históricamente, el
henoteísmo ha aparecido en pueblos politeístas que, por ciertas circunstancias
de carácter espiritual, han alcanzado el monoteísmo. De esta manera el
henoteísta no es un politeísta ni un monoteísta en sentido estricto. El
henoteísmo comparte con el politeísmo la creencia en varios dioses, aunque no
los considera tan dignos de veneración como el dios propio del henoteísta.
Comparte con el monoteísmo la creencia de que sólo un único dios es merecedor
de adoración, aunque no niega frontalmente la existencia de otros dioses. Las
tradiciones más antiguas acerca de Abraham, que más o menos comenzarían a ser
escritas en tiempos de Salomón, bien podrían haberlo considerado padre del
henoteísmo en vez del monoteísmo. No sería sino hasta las reformas religiosas –
alentadas por ciertos profetas de Yahvé y algunos reyes del Reino del Sur, Judá
– cuando se reinterpretaría la tradición acerca de Abraham, ¿Se podría decir
entonces que el monoteísmo empieza con la figura de Moisés?
Esta
travesía por el desierto empieza en las entrañas de la figura de Moisés, donde
en verdad sale la idea de Yahvé, la del monoteísmo, bajo dos tribus, la tribu
de Aarón y la del mismo Moisés considerados “hermanos”, en la que surgió un
movimiento, que entró en Palestina, la del Dios único, llamado los yahvistas
por Hans Küng, un dios celoso, un Dios que se impone, como se puede ver cuando
Moisés le pregunta por su nombre y Yahvé le dice “YHWH!” que significa “Yo
soy!” que entra dentro de la tradición egipcia que creía que si sabias el
nombre de un dios tenías poder sobre él, es como declarar que el Dios hebreo
era omnipresente y omnipotente, el verdadero, la estrella de David es una
herencia de las raíces egipcias del pueblo de Israel.
Algunos de los historiadores sugieren en cambio que
Moisés nunca existió como figura histórica, y que el Éxodo es un mito, los
documentos históricos están tan fragmentados que los textos extra bíblicos que
pudieran hablar de Moisés pueden haberse perdido para siempre. Por ejemplo, si
el Éxodo tuvo lugar durante el fin de la era de los Hicsos en Egipto, tal y
como afirman algunos expertos en el siglo XVI a. C., entonces sus documentos
sobre Moisés probablemente habrían sido destruidos deliberadamente
cuando los egipcios los expulsaron. Las referencias adicionales sobre Moisés
datan de muchos siglos después de la época en la que supuestamente vivió. Se
desconoce si se basan únicamente en la tradición judía o si también han tomado
aspectos de otras fuentes. Algunos como Flavio Josefo, Filón de Alejandría y
Manetón hablan de él. También existen, por supuesto, los relatos antes
mencionados en la Mishná y el Corán. En el siglo III a. C., Manetón, un cronista
y sacerdote heleno-egipcio, afirmó que Moisés no era judío, sino un sacerdote
egipcio resentido, y que el Éxodo fue en realidad la expulsión de una colonia
de leprosos. Incluso si Moisés se acepta como figura histórica, hay varios
aspectos del relato bíblico que pueden ser reinterpretados. La teoría de
Manetón de que Moisés era egipcio es absolutamente plausible. Se ha sugerido
que pudo haber sido un noble o príncipe egipcio influido por la religión de
Atón, o simplemente un simpatizante de la cultura hebrea. Moisés es un nombre
egipcio que significa ‘hijo’ y se utilizó a menudo en los nombres de los
faraones, como por ejemplo TutMoses. Los hebreos pudieron haber creado la
historia a partir de los relatos de Sargón de Acad, de origen mesopotámico, o Edipo,
de origen griego, para legitimar su creencia. Por otra parte, antiguamente las
clases más bajas abandonaban a veces a sus hijos, y Moshe es una palabra hebrea
que significa ‘rescatado de las aguas’.
La figura legendaria de Moisés, considerada como legislador, suele ser
representado con las tablas de los Diez mandamientos, si Abraham es el origen,
Moisés es el modo. Dios le dio estos mandamientos directamente a Moíses en el
Monte de Sinaí durante la travesía en el desierto de Sinaí. Moisés subió al monte
a recibir las tablas del pacto, y estuvo ahí 40 días. Dios le dio dos tablas de
piedra escritas con Su dedo. (Deuteronomio 9:9-10, Éxodo 31:18). Aunque en
Éxodo 20, parece como si fuera Dios quien le dicta.
Estas tablas de la ley recogían los diez mandamientos, unas leyes
básicas de obligado cumplimiento para todo el pueblo hebreo. Además de ello, le
dio una serie de leyes menores que deberían ser también observadas. Cuando
Moisés bajó a notificar a su pueblo, descubrió que en su ausencia habían fundido
todo el oro y habían construido un becerro de oro, representación del dios
egipcio Apis y le veneraban. Moisés montó en cólera, arrojó a su pueblo las
tablas de la ley, que se rompieron, y quemó la estatua de oro. La travesía por
una serie de parajes inhóspitos de la gran masa de personas, unas 600.000
personas más aquellas que no eran judíos, fue dura y muchos empezaron a dar
rumores y a murmurar contra sus líderes, Moisés y Aarón, aduciendo que era
mejor estar bajo el yugo egipcio que padecer las penurias de la travesía.
Moisés realizó innumerables milagros para aplacar la dureza de la travesía y
demostrar al pueblo de Israel que Dios los guiaba. Las manifestaciones divinas
fueron pródigas. Para alimentarlos, Dios hizo llover maná del cielo. Para
beber, Moisés golpeó con su báculo una roca, asegurando que surgiría agua. Ya
que tardó en salir y golpeó una segunda vez, Dios se enojó por su falta de fe y
le castigó. En su travesía por los desiertos, Israel lucha por primera vez
contra los amalekitas, que eran un pueblo principal y vencen solo por la
pujanza de Moisés. (Éxodo 17:8). Israel además vence a Arad, a los amorreos
liderados por Sehón (Números 21) y rodean tierras por donde no se les permite
combatir ni se les da el paso, como es el caso de las tierras de Edom.
En el monte Sinaí, el pueblo hebreo es organizado doctrinalmente
iniciándose el período conocido como Levítico o sacerdocio menor de Aaron, se
les inculca estatutos, mandamientos y por sobre todo el desarrollar fidelidad a
los convenios con Yahvé. En el mismo monte, Yahvé entrega el decálogo o los
Diez mandamientos, pero al bajar Moisés junto a Josué, encuentra a su pueblo
adorando un Becerro de Oro. Esta perversión a los ojos de Dios fue castigada
con la muerte de quienes lideraban estas prácticas paganas, situaciones como
esta se sucederían varias veces en el trayecto hacía la Tierra de Promisión.
Dios le volvió a dictar sus diez mandamientos y para transportar las sagradas
escrituras, se construyó el arca de la alianza. Para portar dicha arca, se
construyó el Tabernáculo, que sería el transporte del arca hasta que se llegara
a la tierra prometida, donde se construiría un templo donde albergarla. Ya
cerca de la tierra prometida, Moisés encomienda a 12 espías el investigar y dar
un reporte de las bondades de la tierra de promisión, pero al volver, 10 de los
12 espías dan un reporte sumamente desalentador sobre las gentes que moraban
sobre estas tierras, inculcando miedo a las huestes armadas y por sobre todo
desconfianza a las promesas de Dios. Este pasaje de la historia del pueblo
judío es conocido en el Deuteronomio y en el libro de los Jueces.
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